Todo es posible en la viña del señor

Yo te veo, te cruzo millones de veces, todos los días, todas las horas; pienso que estoy viendo un espejo, que el reflejo tiene ocho diferencias y no las encuentro. Que no puedo desarmar todos los núcleos de todas las dimensiones que nos unen; en algunas te digo que te quiero, en otras te digo que te amo, en alguna ni te conozco. No te conozco, pero soplo un pelo de mi cara y la brisa lleva un folleto a tu puerta, que no estaba destinado allí, y nos cruzamos de nuevo en una feria de ropa usada. Nos miramos, pero no nos conocemos; nos sonreímos pero no nos queremos; y nos terminamos peleando por un pantalón violeta con estampas amarillas. Sacás de tu bolsa una campera a lunares y me decís "Te vi que la viste con amor mientras la agarré, vos te quedás con ésta y yo con el pantalón, ¿ta?"
Después, mas tarde esa noche, me voy a una fiesta y me pongo la campera de cinco pesos; camino sobre zapatillas desatadas porque las medias de lana son muy gruesas. En la fiesta toca una banda, que no se entiende lo que cantan, a veces suenan a los Redondos, a veces a ellos mismos, a veces a Roberto Monstruo, pero no se de qué hablan. Entonces cuando terminan, con una birra bien fresca, recién salida de la barra me acerco al cantante. No lo conozco, pero creo que lo vi en otra dimensión, unas horas mas temprano; allí le entendía lo que decía y me defendía de un Gustavo Cerati agresivo. Le pregunto qué dice, y me contesta una barrabasada inteligente. Me pregunta quién soy, y le digo que no sé. Hablamos de porro, alcoholismo y helado de mate. Me pregunta qué hago sola y le digo que tenía una especie de cita a ciegas con un rockerito bien peinadito, que le gustan los gatos y abraza el orgullo; pero que no vino, porque no es de 'éstos lugares'. Y no me iba a quedar un sábado a la noche sola en casa, después de haberme ido de compras especialmente para esa ocasión. Después me contó la historia de un muchacho que tenía tanto ego que una señora en la plaza le preguntó porqué lo seguía una sombra.
Me fui, caminando sola, borracha, a mi casa; y te ví abrazando la almohada con un perro y un gato acostados a tu lado, en tu otra dimensión. Caminé tanto que no sabía dónde estaba, y veo que en la vereda de enfrente está parado el rockerito, en la puerta de una casa muy cerrada, está con una morocha, le está partiendo la boca. Después le manotea el culo, y me digo "Qué bueno, era un bruto". Camino un poco más y adelante hay una chica muy alta y muy desnuda fumándose un cigarro, caminando en círculos. Me acuerdo que el cantante-poeta me había robado mi fuego para prenderse un porro, entonces me adentro a pedirle lumbre. Nos quedamos charlando de hombres golpeadores y de ser feliz. Somos todos distintos e igualmente infelices.
No me escapé esa noche al placer solitario de las sábanas blancas de calidad que encontré una vez tiradas afuera de un negocio de ropas de bebé, que, habiéndolas lavado como corresponde, les escribí mi nombre en la etiqueta. Pensaba en la brutalidad del rockerito, en la poesía del cantante, en los besos del paisano de pelo largo, en las caricias del gurú de barrio caro... Me armé un hombre.
En ésta, en aquella y en todas las dimensiones existentes, veo, te veo, nos veo; y puedo claramente analizar que voy a estar sola, armando un rompecabezas de amores y hombres honestos y mentirosos, toda la vida. Estoy destinada a imaginar y acariciar sábanas blancas simulando piel, toda mi vida mortal. Así que ya no vale la pena el luto, las ropas oscuras, las rapadas, los rasguños en la piel, las ojeras y los llantos inexplicables. No me banco mas, tengo que desempolvar las ropas coloridas que atraían abejas y ahuyentaban a zorros viejos y ancladores. Si estoy sola de todas formas, para qué renegar si no cambio nada.
Será que, a veces, uno termina por entender. Nada nos va a ser mal, si perdemos la tristeza.