La exuberancia de la ternura tiene un fin. Cuando hiere el cuchillo de las acciones y la sangre que brota mancha. Cuando, a la distancia, los ojos no ven, el corazón no late, el aliento no se degusta. Cuando afuera corre el viento, cuando elijo silencio. Termina, tu piel, de sentirse. Se degrada el alma, erosionada por la tristeza. Y las palabras que no me salen, las busco en libros a los que no les encuentro sentido. A nada le encuentro sentido cuando me imagino sincerándome, con otra persona, la que sea; porque veo soledad y vacío a mi alrededor. De perversiones agrias se alimenta el resto, me señala con el dedo: "alabadora de la degenerades".
Me tienen, chica, apuñalada, contra el piso. Dándome merecidos de cómo debería comportarme. Me dan refugios de mentiras, me piden favores moralistas pero actúan en las sombras de un cuarto sin luz. Vi quemarse pisos enteros de edificios lujosos. Vi una humillación a alguien que por su actitud posterior, parecía merecerlo, pero le di mi mano, le toqué la espalda, lo hice sentirse acunado.
Y así responden. Y así me siento.
Buscando el amor, que creo merecer.
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