Los sentimientos vuelan como quieren, tienen las alitas de un hada. Miles de pensamientos se atraviesan entre sí, ralentizan el tiempo y las palabras resonantes. Soy una responsable absoluta de mis decepciones. Mis expectativas negativas llegan hasta lo mas oscuro de mi corazón. Todas las imágenes del río llevándose mis pies en su reflejo pasan una por una sobre mi cabeza. Me pregunto cuánto tiempo estuve tan inmersa en tanto llanto. Me pregunto si valió la pena. Si. Así fue.
¿Entonces? digo, como si una voz mágica me fuera a contestar. ¿Qué hago? ¿Mantendré en éste caso tanta libertad de mantenerme helada? Pasé al estado mas tenebroso del agua, cuando he sido tanta lluvia y vapor; tan nada y visible. Ahora me veo y me muestro como me siento: Nula. Neutra, de todo mal. Gritando un auxilio sólo dentro de mi ser, podés ver la calma antes de la tormenta. Pero, aviso: no hay tal tormenta. No existe, porque todavía no vuelvo a ser nada. Estoy helada, quieta. Estancada en mi propio olvido de las cosas. En cómo no me percaté de tan incierto final, así, buscando sólo amor.
Una caricia larga, no una tímida palmadita en la piel con lo que te queda del dedo índice. Una acción de valentía, no una cobarde carta de amor a pocos kilómetros en caballo. Saltemos juntos de la montaña mas alta, pero confiá en mi: no llevo puesto paracaídas. ¿Vos? ¿Cuánto tiempo esperás para venir a buscar lo que es tuyo? Tal vez, no sea tuyo en realidad. Pero todo su fluir está mirándote a vos, dirigiéndose hacia tu espectro. Es libre y danzante, pero te observa con cautela con qué cuchillo te lastimás. Frágil o no frágil, no pareció importar. Entonces, ¿qué queda de aquellos, nosotros, que solo queremos amor y cariño? ¿Con qué moneda se paga tu amor?
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