Hubo una vez un chico, de edad media, que había disfrutado de muchos placeres. Seguía haciéndolo, amaba su libertad. Cayó al error de creer que robaba al disfrutar de un placer que quería. La fragilidad, y la sonrisa de su rana, que perseguía sus pasos, le daban ternura. Pero pecaba de ingenuo al creer que sin demostrarle nada, ella iba a seguir tras él. Tuvo ranas egoístas, que lo dejaron barado, y otras que histeriquearon su ensamble. Le transmitió leyes a la nueva rana, leyes que él mismo cumplía, que la pequeña no tenía que hacer caso.
Comprensiva y tolerante, como siempre, se dejó explicar... Y entendió... Definitivamente: ¿Cómo no hacerlo? Ella tenía muy en claro que no era ninguna diosa, ni una ranita irresistible. En cualquier momento podía saltar a la libertad y él no iba a notar su ausencia.
El joven le escribía mensajes de cariño, e interés... Profesaba que la veía a la distancia. Pero algo lo alejaba de ella... La pequeña no entendía. Trataba de no ser como el resto, siendo ella misma.. Él odiaba las ranitas histéricas, y sin embargo ésta que no lo era, le expresaba siempre su cariño, pero le pedía que sea distante.
¿Cómo entender a los jóvenes de edad media? ¿Cómo entender al hombre en su especie? ¿Qué es lo que quiere el hombre en género? ¿Y qué quieren algunas ranitas lograr siendo ellas mismas? Si saben que al fin y al cabo, ser tan transparente aburre...
Lo que se pierde la juventud por histeriquear la vida. En vez de vivir...
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