Tengo la tendencia a encontrarme con gente que ha vivido las mismas circunstancias en mas o menos la misma época. . . Eso me hace pensar, ¿alguna vez he sido “normal”?. Normal en un sentido de estabilidad, de seguridad, tranquilidad, amistades largas, amores pasajeros. Dos, tres, cuatro años en un lugar, y de nuevo escapar se convirtió en mi cotidianeidad… Mi normalidad.
Más extraño aún es mi encuentro con el amor, desde los 5 años hasta la adultez prematura.
El jardín de infantes era aquel lugar donde verdaderamente jugaba, de manos de nenes reales. Mi condición de hija única inamovible me generaba demasiados amigos imaginarios y mucha psicodelia infantil. Allí podía hacer todo lo que aventuraba en mi mente en el arenero de casa. Cantaba canciones, jugaba a las escondidas, abrazaba a mis amigas mas queridas y golpeaba a todo aquél que hiciera el mínimo daño a quienes me rodeaban. Puramente pulsional. Hacía y deshacía a mi gusto.
Damián Tardini era un chiquitín de mi altura, paliducho, muy sonriente, regordete hasta los ojos, verdes, que heredaba de su madre, loca si las hay… Un día, en el arenero del patio del jardín, un nene mas alto y mas gordo le estaba pegando. En aquel momento me había fracturado un brazo en un confuso accidente entre una silla y dos nenas. En mi afán por calzarme la capa, le pegué con el yeso al malhechor, que rajó llorando a un lugar infinito… Seguramente el baño. Los ojitos del recién salvado brillaron de cariño, y desde ese momento, por todo lo que duró la etapa pre-escuela, nunca nos separamos. Éramos novios, claramente, lo sabían nuestras madres y la señorita Fanny.
El primer grado lo hice en otra ciudad… y así el resto de la educación. Por lo que nunca volví a ver al gordito de ojos verdes que rebosaba de dulzura.
Después de años de traqueteos, entre aquél lugar y el otro… La secundaria pude hacerla, dentro de todo, en un solo lugar.
Fue mi primer capricho conciente, un pequeño idiota. Cursábamos juntos segundo año, y nos llevábamos horrible. Por poco nos íbamos a las manos en una que otra pelea, nuestros gritos se escuchaban hasta afuera del colegio. Pasado un año de furia, hicimos caso a esa frase armadísima: del amor al odio hay un solo paso. Y nos besamos por primera vez.
Damian Sombra era todo lo que un joven problemático y caprichoso puede ser. En medio de tanto amor, tanto era que nos amábamos que nos pegábamos una piña al pasar, para reírnos un rato. Era raro… Las sensaciones, los sentimientos. Odiaba de mí los cambios rotundos de color de pelo, pero sin embargo seguía dándome la mano en la calle. Decía “te amo” menos veces que a sus padres, que los odiaba. Cuando yo me la pasaba demostrando un cariño que no sentía.
Fueron 10 meses, que para dos pibitos de 15 años es mucho. Cerca de cumplir los 11, gracias a un secreto a voces que no había llegado nunca a mis oídos, me enteré que a solo tres meses de empezada nuestra relación se había dado besos con otras chicas. ¡Oh, qué terrible! Chau, chau, adiós, hermano mío.
Lloré, si, lloré. Pero por haber perdido la confianza de manera tan masiva. De no solo haber terminado con un amigo, error de novio, sino también con el resto de la gente que ocultó la situación. Me hubiera ahorrado seis meses de noviazgo inservible.
Una reverenda mierda.
Eso marcó mi personalidad. Pasé de tener veinte amigos, a tener solo tres amigas que me habían acompañado siempre. Cada vez que alguien se me acercaba, yo esquivaba conversaciones. Me la pasaba encerrada en mi casa, mirando películas o leyendo libros. Alienada totalmente, de no querer a nadie, nunca mas.
Pasé por otros brazos y ciudades, me besaron otros labios, pero supe que nada era para siempre. De a poquito fui perdiendo el miedo a socializar, y me adentré a la vida. Me obligaron a estudiar algo que no había elegido para mí, pero me gustó en el proceso. Era en la ciudad de mi nacimiento, pero el gordito del jardín de infantes había elegido una vida de tachas, gritos y colores negros… Y había encontrado al amor de su vida en una loca hermosa de pelo naranja.
Conocí a un joven revolucionario de alma, que creí era para siempre. Pero resultó ser una prisión de puertas abiertas y barrotes de sicología inversa, así que tuve que salir.
En medio del proceso de salir de dos años de noviazgo carcelero, por culpa mía, me encontré con mi yo más placentero. El que disfruta la música, la conexión con la Pachamama, y las birras con amigos. Es el yo que le dice que no a las cosas que no quiere, y punto. El que es libre y puede hacer. El que decide y se hace cargo. Hoy soy esa, hoy elijo por mí.
Y en el camino del amor a la música y todas esas sensaciones… Un corazón bailando al viento pasó a mi lado, cantando una canción de Karamelo Santo. Me dio un beso en la mejilla y dijo sonriendo: “Voy a terminar con vos, vas a ser mi novia”. Me preguntó como me llamaba y si andaba triste… Me hizo un chiste, y rió conmigo. Su carcajada me dobló de risa, y mi risa le dio ternura. Su ternura me dio calor, que llenó todo mi ser.
Y así estamos, entre risas, pasión y apuros momentáneos… Es que cuando nuestra energía entra en erosión no nos podemos alejar, y nos damos cuenta que vamos demasiado rápido. Nos tranquilizamos dos horas, y volvemos a los besos pasionales eternos, de semanas. Damián Catani… ¡¿Qué habrás hecho en mi?! ¡¿Qué habré hecho en vos?!
Sea lo que sea… que dure para siempre.
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